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24 Horas de Catalunya: ¿Larga noche de julio?

Fotos: Tomás Pérez
La prueba de resistencia catalana ha optado por mantenerse fuera del campeonato de la FIM para dar la oportunidad a muchos equipos aficionados, que en ocasiones se forman de una manera familiar, de afrontar esta prueba. ¿Pero realmente guardan estas 24 horas del siglo XXI alguna conexión con las antiguas de Montjuic?

Las 24 Horas de Montjuic era una carrera inimaginable hoy día, que, por un fin de semana transformaba el ambiente, incluso el estado de ánimo de la ciudad, sobre todo después del crepúsculo, con los haces de luz de las motos relampagueando en el firmamento barcelonés y el grave rumor de los motores, poniendo sonido de fondo a la noche. Sí, aquélla era una “Larga noche de julio”, película de 1974, ambientada en la carrera del Parque, cuya trama llevaba a los protagonistas a cometer un robo durante un relevo de las 24 horas.

Aquella carrera formaba entonces parte del Campeonato del Mundo de Resistencia, acogiendo en su inscripción equipos oficiales con el apoyo directo de las fábricas. Las motos de estas formaciones componían al final de la prueba la clasificación de élite, con un grupo muy selecto que luchaba por el entorchado mundial. Pero lo cierto es que, aparte de estas formaciones, el grueso de la carrera lo componía una lista de equipos formados en los talleres de la ciudad y ,también, por extensión, a la totalidad del país. Talleres que pasaban todo el año trabajando con un ahínco impulsado por su entusiasmo, amasando una ilusión que liberarían por fin en el mismo momento en el que los pilotos echasen a correr, en pos de sus motos, tras el banderazo de salida. Sin embargo, las prestaciones de las motos, creciendo en progresión geométrica, sobre un escenario acotado por árboles monolíticos, muros como empalizadas o balas de paja, en el mejor de los casos, convirtieron a la carrera en un peligro constante e imposible de asumir. Así fue cómo aquella etapa de Montjuic terminó por extinguirse durante la década de los ochenta.

Y así nos colocamos en la actualidad, en una nueva edición de las 24 Hores Motociclistes de Catalunya. Una carrera que nació hace ya 22 años, dicen que tratando de recuperar el espíritu de aquellas 24 horas míticas que acogían la montaña de Montjuic, y que hacían vibrar a la ciudad entera con su amalgama de colores y sobre todo de sonidos. Pero, realmente, ¿cuánto se puede ver y vivir hoy, en 2016, de aquel espíritu de Montjuic en estas 24 horas de Montmeló?

Lo cierto es que, al dar un paseo por el pit lane, uno se siente como en cualquier carrera del FIM CEV Repsol, del propio Mundial de Resistencia o incluso del WSBK. La vestimenta de los boxes, la uniformidad de los mecánicos, la disposición del material y de las herramientas, e incluso el orden y la celeridad con los que se ve trabajar sobre las motos a las formaciones de todos los equipos te dan la sensación de estar inmerso en una prueba del máximo nivel. Lo cierto es que, contemplando este panorama, se antoja muy lejano aquel ambiente familiar con el que trabajaba cada taller en aquellos boxes, improvisados como tenderetes, al pie de la fuente de Montjuic.

Las tribunas se llenan para la salida

Sin embargo, fijándose en el matiz, uno descubre algunos detalles, ciertamente llamativos, que no se encuentra en una prueba donde se está jugando la clasificación para un campeonato del mundo.

Entre sponsor y logotipos, es fácil encontrar monos sin publicidad, algunos nuevos a estrenar y otros, en cambio, con bastante legión encima, con heridas de guerra que su piloto luce con orgullo, como las insignias de reenganche que van prendidas en el pecho de un militar. Rostros resplandecientes de una ilusión casi infantil durante la mañana del sábado, pocas horas antes de darse la salida; miradas inquietas, nerviosas, debajo del casco antes del warm-up, caras de incertidumbre junto a una CBR con un carenado al que le han acoplado los faros de una forma tan efectiva como artesanal, y los semblantes más entusiastas al lado de una Honda VTR SP-01 inscrita en la lista, una bicilíndrica con 14 años de edad, que además acabó la prueba.

Luego, en la pista y visto desde el vial, se observa el ritmo llamativo que llevan los cuatro o cinco primeros, un ritmo que resulta realmente destacado sobre un enorme pelotón que pasa a la marcha de lo que podíamos llamar “una rodada rápida”. Observo también pasar muchos pilotos con un saliente flexible tras el casco, uno, otro. Se trata del tubo que les conecta al “Camelbak”, un recurso casi imprescindible con tantas horas de calor sofocante.

Fue entre este enjambre de pilotos tan bien equipados donde me topé con el detalle que a la postre sería el que me trasladase en el espacio hasta la Montaña de Montjuic y en el tiempo hasta una época, que ahora se antoja ancestral, en la que el apasionado de la moto vivía las 24 Horas de una forma tan mágica como cercana. Entre tanto tubo de plástico ondeando en cada frenada sobre la espalda de uno y otro piloto, me llama la atención la forma agitada con la que algo se mueve tras el casco de uno de ellos. No logro distinguirlo con claridad en una de las curvas, y es sólo al final de la recta, embocando el viraje del fondo, cuando consigo definir su forma y su naturaleza.

No es un tubo de plástico, claro que no. Se trata de un pañuelo anudado al cuello del piloto; tal vez llevado a modo de amuleto, o quizá como un signo de identidad, o quién sabe si es la prenda entregada por el amor que le sigue con devoción desde el box. El pañuelo, algo tan insignificante, pero que representa un símbolo de otro tiempo, que yo mismo llevé antaño y que ahora, con la joroba del mono, el tubo del “Camelbak” o el alerón del casco, había olvidado por completo.

El pañuelo, un emblema del pasado que ese piloto rescató de mis recuerdos para trasladarme hasta aquellas 24 Horas del Parque, a pesar de encontrarme en una de las más famosas instalaciones del mundo de la velocidad. Efectivamente, podemos trasladar al lector el pálpito de que las 24 Hores Motociclistes de Catalunya, las 24 Horas de Montmeló, establecen una conexión con el pasado y que, año tras año, guardan buena parte de la esencia engendrada en aquella carrera inolvidable que daba la vuelta a la ciudad entera durante una “Larga noche de julio”.

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