Diez años sin Barry Sheene


Hace ahora diez años, un 10 de marzo, nos dejó por culpa de un cáncer que le atacó de manera fulminante. Se fue con 52 años pero dejó un inmenso legado en la memoria colectiva, un legado que todavía pervive. Es dificil encontrar a algún aficionado que no sepa algo del piloto del número siete y el Pato Donald en el casco. Dos títulos mundiales de 500, un Trofeo FIM de 750 y dos horribles caídas que casi le cuestan la vida son la cima y el foso de su trayectoria deportiva, una vida plagada de hazañas, alegrías y sinsabores.
El blanco y el negro siempre acompañaron su camino pero Sheene se sentía afortunado mientras no paraba de disputar carreras. Disfrutó a tope de los placeres de la vida, de sus pasiones y alcanzó su sueño, el de ser campeón del mundo, algo en lo que pensaba ya de niño, cuando su padre Frank, agente de Bultaco en Gran Bretaña, se encargaba también de las motos de mitos como el mismo Phil Read.
Barry creció entre ellas en su Londres natal y pronto despuntó en carreras nacionales con una Bultaco TSS. Algunos jóvenes aficionados no lo saben pero Sheene corrió en todas las categorías del Mundial, salvo en sidecares. Con nuestro Ángel Nieto lucho a brazo partido por un titulo de 125 cuya conclusión se orquestó en el Jarama, en 1971, en una épica jornada que muchos todavía recuerdan. Un año después, corrió con Yamaha en las dos categorías intermedias sin demasiada fortuna. Con Suzuki, en 1973, corrió y ganó la primera Copa FIM de las peligrosas 750 de 2T, antes de eclosionar definitivamente con las Suzuki RG en la categoría de 500.
Después de los reinados de leyendas vivientes como Read y Agostini, a los cuales terminó batiendo, llegó el turno de sus dos títulos de 1976 y 1977 no sin antes comenzar a sorprendernos sobreviviendo al fatídico accidente de Daytona, cuando su neumático trasero reventó a más de 160 mph: «Si hubiera sido un caballo me hubieran rematado».. Fue su primera muestra de coraje. En pocos meses volvió a correr y ganó sus dos primeros GP’s en 500: comenzaba la leyenda.
A veces es bueno recordar a los viejos héroes de carne y hueso, porque Barry era de ese estilo. Cercano, simpático y lleno de vitalidad, su desenfadado sentido del humor le hizo granjearse una bien merecida fama de bromista y mujeriego, con una enorme personalidad que no dejaba a nadie indiferente. Los patrocinadores que llegaron al Mundial timidamente ya con Agostini y otros pilotos, vieron en Barry un reclamo publicitario inigualable, y así fue durante muchos años. Su carisma traspasó fronteras y modas.
Entre todos sus rivales debemos mencionar sin duda alguna al más duro que tuvo, el americano Kenny Roberts. Sus épicos duelos fueron lo mejor que pudimos ver a finales de la década de los setenta dentro de los circuitos. Yo fui un afortunado que pudo descubrirlos en el circuito del Jarama con motivo de uno de los Grandes Premios de España. Quedó para siempre en los anales del motociclismo el duelo sin piedad que mantuvieron Roberts y Sheene en Silverstone, durante el Gran Premio de 1979, donde venció el americano por unas pocas centésimas.
Era el día perfecto para que ganara el número siete pero un inoportuno doblado dió al traste con su victoria. Aquella temporada fue muy dura para nuestro héroe. Al finalizar, algo desencantado con el trato recibido por Suzuki, Sheene decidió pasar a Yamaha de manera privada. 1980 fue un año de transición y apenas hubo resultados, la TZ500 era una máquina lenta en comparación con las motos oficiales.
Barry se jugó su prestigio aquella temporada pero aguantó el chaparrón y en 1981 la marca de los tres diapasones le dió material de primera, casi igual que el de Roberts, por lo que volvió al podio y a vencer un Gran Premio, el de Suecia, a la postre su última victoria de 500 (ese día se proclamó campeón del mundo su amigo Marco Lucchinelli con una Suzuki RG precisamente). No fue su única victoria de la temporada. Sheene habia participado con éxito en el magnífico Trofeo Banco Atlántico celebrado en el Jarama (otra vez tenemos que mencionar la pista madrileña) donde se adjudicó las dos mangas por delante de otros mundialistas y de un desmelenado Ángel Nieto.
Barry seguiria en Yamaha en 1982 y apenas se apeó del podio. Pero llegó el mes de julio y la segunda tragedia de su dilatada trayectoria deportiva. En los entrenamientos de su GP, en Silverstone, no pudo evitar golpearse a gran velocidad contra una moto de 250 (en aquellos días, algunos entrenamientos mezclaban categorías en pista). Casi fue una caída mortal pero la rápida evacuación hacia el hospital salvó su vida. Aún así, dos piernas machacadas, entre otras lesiones, fue el parte de guerra. Semanas después, las fotografías de las radiografias de sus piernas, llenas de tornillos y hierros dieron la vuelta al mundo.
Algunos pensaban que era el final del veterano piloto inglés pero no fue así. Volvió a correr dos años más, con una ya algo obsoleta Suzuki, casi como un privado. Sin duda queria decidir cómo retirarse del Mundial. Hubo un último podio en Kyalami, en 1984, junto al joven americano Eddie Lawson y el francés Raymond Roche. Parecia que Barry era eterno, o casi inmortal. Subió fumando un cigarro, iluminando el cajón con su sonrisa y sus bromas. Pero a final de temporada llego su retirada.
Se exilió buscando mejores climas a la Gold Coast australiana, junto a su amada Stephanie. Durante esos años participó en carreras de coches y, sobre todo, de camiones. Sheene se mantenia feliz junto a su familia, jugando con sus helicópteros, uno de sus hobbies favoritos, aparte de asesorar y ayudar a otros grandes como Kevin Schwantz. El piloto del cigarro en el casco no perdió un ápice de su carisma y trabajó también como comentarista en los GPs. Cuando probó las carreras de clásicas no pudo evitar enfudarse de nuevo el mono de cuero y participar en muchas de ellas, venciendo de nuevo además.
Podriamos desglosar más datos de su biografía, contar anécdotas de su vida dentro y fuera de los circuitos pero es mejor terminar recordando uno de sus mensajes favoritos, uno que transmitia siempre, incluso desde la cama de un hospital cubierto de yeso: su sonrisa eterna. Al mal tiempo buena cara. Luchar y disfrutar hasta el final. Y cuando saludéis por la carretera a otro motorista con el gesto de la V recordad alguna vez que es parte de su legado, pues ese gesto de victoria, dentro del mundo de las dos ruedas, lo popularizó precisamente él.
Nunca muere lo que no se olvida. A la memoria del inmortal piloto del número siete, ¡Barry Sheene!