Publicidad
[the_ad_placement id="adsense-mega-2-mobile"]

El Gran Hermano del motor

Algunas aseguradoras empiezan a registrar los desplazamientos de sus clientes con el argumento de bonificar a los buenos conductores. La idea suena bien pero ¿Cuánto vale nuestra intimidad?

No, no quiero hablaros hoy del concurso televisivo. El título de esta columna pretende evocar al auténtico Gran Hermano (el de la novela 1984 de George Orwell). Ese libro –que aprovecho para recomendarte que leas si aun no lo has hecho – me vino casi automáticamente a la cabeza cuando tuve notica de la iniciativa de Mapfre, pionera en España, para instalar en el coche del asegurado un dispositivo que analiza sus hábitos de conducción.

No voy a despotricar ahora contra la aseguradora ni mucho menos, o a ponerme alarmista, pero tampoco puedo ocultar que este tipo de iniciativas, partan de donde partan, de primeras me inquieta. Para el que no la conozca, os resumo brevemente la idea: un dispositivo registra nuestros desplazamientos, los comunica a un centro de datos de la compañía y, en función de nuestro tiempo y modo de uso del vehículo, podemos ser bonificados, ya sea en la prima de nuestro seguro o bien con premios como cheques gasolina. El sistema además es útil como baliza en caso de accidente, delantando nuestra posición si sufrimos un siniestro, así como localizador de vehículos en caso de robo.

Prefiero pagar un poco más que obtener una reducción de mi póliza a cambio de ser observado cada vez que giro la llave de contacto de mi moto o de mi coche.

Es cierto que disponer de esta información sobre nuestros hábitos de conducción posibilita que la aseguradora (sea la empresa que sea) pueda hacer una estimación personalizada del riesgo que asume al cubrirnos, limando las injusticias del actual sistema estadístico por el que se nos cataloga por un puñado de variables como la edad, el sexo o el tipo de vehículo. Aun así, tengo claro que prefiero pagar un poco más y no obtener una reducción de mi póliza por no ser observado cada vez que giro la llave de contacto de mi moto o de mi coche.

Accediendo a instalar una de estas “cajas negras chivatas” en mis vehículos, estaría renunciando a mi intimidad y ese es un artículo que no tengo en venta ¿qué precio tiene la tuya? Bastante me distraigo ya al volante y manillar pendiente de los radares como para estar también pendiente de las posibles reacciones de mi compañía de seguros ante mi conducción. Y hasta ahí la realidad, el hoy y el ahora.

Más agorero y tremendista me pongo cuando imagino que una iniciativa así triunfe y, lo que hoy es novedad, mañana se convierta en el pan nuestro de cada día en el ramo asegurador. ¿Qué pasaría entonces? Que lo que hoy se nos ofrece como una fórmula voluntaria de mejorar nuestras cuotas podría convertirse en una condición sine qua non para acceder a una póliza y, además, usarse sólo en nuestra contra. Al fin y al cabo, las aseguradoras son empresas, y como toda empresa aspiran al respetable objetivo de maximizar sus beneficios minimizando su gastos. Aunque reconozco que este escenario no es más que uno de los posibles a futuro, un escalofrío me recorre la espalda cuando me lo planteo.

En definitiva, siempre recelo de los que tienen la sartén por el mango. Que no puedo evitarlo, oiga. Veremos cómo progresan estas iniciativas que, bien usadas, pueden hacer mucho bien. Lo que está claro es que estos avances tecnológicos no hay quien les ponga freno, así que solo cabe esperar que el legislador esté a la altura de las circunstacias para preservar nuestro derecho a la intimidad y nuestra capacidad de libre elección.

Relacionados

Lo último

Lo más leído