El Motorista Nocturno

La sensación envolvente que crea la oscuridad al conducir una moto es única. La penumbra despliega un escenario extemporáneo, abstrayendo la mente del motorista en marcha de la realidad diaria, incluso de su realidad onírica, para trasladarla hasta una situación cósmica, donde el Hombre, en una simbiosis con la máquina, alcanza a sentirse el centro del Universo, y más que nunca, El Motorista de Vitrubio, un personaje que tiene su ancestro en el Renacimiento y su razón de ser en el propio Universo.
Se trata de un fenómeno de traslación existencial que se produce de una forma tan simple como abandonar las últimas luces urbanas, y penetrar en esa nada oscura que corta el faro de la moto como la proa de un rompehielos.
Penetrando en la noche, la negrura pasa por los costados del motorista como un flujo fantasmal que lo lleva, a poco que se abandone en brazos de su imaginación, a un plano esotérico de esa conjunción, equilibrista y dinámica, que vive cada vez que se sitúa tras el manillar de su máquina.
Space Oddity
A veces las estrellas se hacinan para tupir, con una luminosidad universal, la bóveda de lo que alcanza a contemplar, sin siquiera levantar la mirada. A veces las nubes más densas y opacas devoran, como agujeros negros, cualquier brizna de luz que pudiera reflejarse sobre el firmamento, para verse cruzando la absoluta lobreguez. Es entonces cuando la moto se siente flotar sobre el cosmos, navegando por el vacío interestelar que se abre entre la isla de luz que alumbraba la última población y la siguiente. Y así, el motorista avanza con su moto por un océano de tinieblas, en el que tan solo encuentra dos escenarios posibles sobre los que fijar su mirada:
El primero es el frente alumbrado por el faro, con la atención automática activa para no perder el rumbo. El segundo, su propio interior. Sin duda un momento reflexivo único, que deja en un plano ciertamente superficial ese concepto individual mucho más conocido, manido y convertido casi en un tótem: el de “La Soledad del Corredor”.
Filosofía existencial en orden de marcha, introspección directa al centro de nuestro universo individual, ése es el plano trascendental en el que se sumerge, apenas con un chasquido de los de los dedos, la marcha nocturna del motorista.
Porque el Hombre sobre la moto, de noche, vive un trance individual que se eleva a la cuarta potencia, y en el que solo existe el desierto más oscuro que les envuelve, aislándolos de un momento temporal, y trasladándolos en un viaje con tintes astrales a una dimensión solitaria, como un electrón ciego circundando su órbita indefinidamente, en la que tan solo se encontrará consigo mismo, completamente al margen de la realidad cotidiana que lo atrapa cada mañana.
Un ser solitario
Pero el Motorista Nocturno resulta además un ser que se deleita como ninguno zambulléndose en el excelso placer de sentirse plenamente solitario, un estado que dista una inmensidad del triste vértigo engendrado por la soledad, y que se encuentra a años luz, más allá de los confines de Orión, del ingrávido abismo sobre el que el ser humano se siente angustiado por la desolación.
Ese traslado hacia una realidad ulterior, nocturna e individual, coloca al motorista en un punto alejado de los escenarios en los que representa su existencia humana, para contemplarla, al completo y rodeada de todo su contexto, desde la perspectiva rotante de un cometa trazando su elipse por el Universo.
El motorista nocturno es la figura individual por antonomasia de la moto. El motorista nocturno vive como ninguna otra de las figuras dinámicas que componen el mundo de las dos ruedas la simbiosis que se fragua con la máquina, para vivirla como una pareja de cine en un baile estelar. El motorista en la noche vive la moto de una forma concentrada y aislada, y navega con ella a través del oscuro vacío hasta encontrar, paradójicamente y para su sorpresa, lo más profundo y oculto que guarda en su propio interior.
Vía libre a la imaginación
En definitiva. Estimado lector, vale la pena perderse con nuestra moto, alguna vez que otra, en la inmensidad de las tinieblas para vivir un estado único, tal vez el más pleno, con ese aparato de dos ruedas que guarda en su garaje. Quizá, quién sabe, descubra con esa sencilla experiencia una dimensión que tal vez no imaginaba.
Sí, estimado lector, la noche echa el cierre a la luz del sol mientras abre de par en par las puertas de la imaginación para que esboce nuestros pensamientos sobre un lienzo negro. Es fácil dejar volar esa fantasía latente que subyace dentro de cada uno y enfundarse durante unos minutos, por qué no, el personaje del Motorista Fantasma patrullando la carretera desierta de madrugada. Es fácil encarnar el papel de Peter Fonda, o el de Dennis Hopper, y vagar sobre la proyección de nuestra mente por alguna interestatal americana, tan recta como infinita, para sentir cómo el espíritu Easy Rider nos traspasa el cuerpo mientras conducimos, en realidad, por las viñas de La Mancha o cruzando la polvorienta meseta de Los Monegros.
Los sonidos en el silencio
Y lo mismo que el faro de nuestra moto se abre paso sobre la oscuridad que cubre la carretera solitaria, o la negrura que inunda cada recoveco de la montaña, el rumor del escape y el sonido gutural que emerge de la admisión abren su estela blanca sobre el lóbrego silencio, para ir extendiendo su trazo sonoro por los costados de la moto.
La noche se muestra por tanto como un lienzo virgen para el motorista, como el pentagrama sin estrenar, sobre el que las pinceladas y las notas de nuestra fantasía dibujarán y pondrán banda sonora a los escenarios que siempre hemos soñado, o más allá de ellos, a los que el devenir de nuestro antojo, vagando sin rumbo ni destino, quiera llevarnos para anidar en ellos durante un tiempo sin dígitos ni manecillas.
Estimado lector: la próxima vez que haga una escapada o un viaje por la noche en solitario, recuerde, por favor, la dimensión y los estados contenidos en este modesto escrito, si es que no los ha vivido ya; y deje volar su fantasía cogida a la mano de la imaginación para vagar sin más barreras por delante que las propias puertas del Universo. Tal vez, sólo tal vez, entonces se encuentre con ese individuo desconocido que siempre ha tenido tan cerca: Usted mismo.