Jarama 98: el canto del cisne

Nunca lo olvidaré. No sé si ha pasado demasiado tiempo o es que, simplemente, me estoy haciendo mayor. Con 20 años las cosas se ven diferentes pero, sinceramente, nunca pensé que esto se acabaría. Sentado en la Pelouse ubicada entre Farina y Le Mans viví un fin de semana, ahora de ensueño, escuchando melodías de otro siglo. Aunque también asistí al GP de Europa de 1991 en directo (el GP FIM de 1993 se me escapó), las sensaciones de 1998 fueron especiales. El Mundial de Motociclismo ha pasado 16 veces por El Jarama (1969, 71, 73, 78, 79, 80, 82, 83, 84, 85, 86, 87, 88, 91, 93, 98) bajo la denominación de GP de España. Sólo cambió el nombre en 1987 (GP Portugal), 1991 (GP Europa), 1993 (GP FIM) y 1998 (Comunidad de Madrid).
El viernes 12 de junio de 1998 ya estaba por allí con mi amigo Jesús, una primera toma de contacto con el GP. Recuerdo que aquel año terminé COU, me examiné de Selectividad e inicié la Universidad, pero lo cierto es que para mí aquella cita con la historia era más importante que cualquier examen. Había poca gente, pero yo me entusiasmaba viendo a los más grandes pilotar aquellas máquinas, escuchar los motores y disfrutar del espectáculo tranquilamente. A nuestro lado, un aficionado de mediana edad adoctrinaba a su padre sobre todos los pilotos que pasaban frente a nosotros, con unos conocimientos del tema que asustaban: ¡qué bien me vendrías ahora como colaborador, cabronazo! Era una enciclopedia viviente, lo sabía todo del equipo, la moto, la vida del piloto, situación en la provisional… un Jordi Hurtado de las 2 tiempos.
El sábado 13 tampoco falté a los cronos, esta vez con Silvia, mi novia del ‘Insti’. Nos acercamos en mi Piaggio Skipper 150 verde botella primera generación, de esos con un monoamortiguador delantero que reventaba que da gusto y de los que se robaban con el mismo gusto día sí, día también para acoplar el competitivo 2T en “Typhoones” y ciclomotores derivados. Había más gente que el viernes, pero todavía se podía estar. Comentando las jugadas y gozando la mañana, detecto un bramido diferente por mi derecha, una máquina con los colores de Repsol que traza como una apisonadora y acomete la rampa Pegaso como una exalación: era Mick “dictador” Doohan sobre su Honda NSR 500 ‘screamer’. Aquella bestia sonaba diferente al resto de Hondas ‘big-bang’, la única con el orden de encendido original: puro new old school. Yo, simplemente, me estremecía derramando mi Coca-Cola sobre los pies sin darme cuenta. Finalmente el tetracampeón del mundo imponía su ley: 1’32“493 para el australiano con Cadalora (se le escapó la pole por dos décimas), Checa y Crivi haciendo lo que podían. Doohan era el claro favorito para el domingo y se movía como pez en el agua en el trazado madrileño. Sus 290 km/h a final de recta eran harina de otro costal.
La noche también fue de campeonato. El Paseo de la Castellana hervía de aficionados a ambos lados de la calle y, a la altura del monumento de Emilio Castelar, se desató la locura: pasillo animando a las motos, vítores, cortes, quemadas y el etc. de siempre. Anduvimos un buen rato por allí, hasta que vi volar la primera litrona: era el momento de marcharse. Nuestro destino era la Estación de Atocha, pues había una fiesta Marlboro en una mega-carpa junto al edificio principal que prometía. Actuación de Amparanoia, Dj. Sebas, performances, simulador de motos y algo de bebida hasta que nos aburrimos.
El domingo 14 me puse nuevamente mi Shoei Kocinski Replica y, con toda la resaca, subí con mi padre en su Suzuki GSX600F camino del Jarama. Bien es cierto que el destino quiso jugarnos una mala pasada y, todavía circulando por ciudad, pinchamos la rueda trasera. ¡Mierda, tenemos que llegar como sea! Reaccionamos rápidamente y volvimos al garaje casi en la llanta con tal de coger mi querido Skipper 150. Eliminados los sudores fríos, tiramos para allá como alma que lleva el diablo intentando recuperar el tiempo perdido. Una vez allí, “encajamos” en un hueco con la Pelouse a reventar y nos preparamos para flipar con el mayor espectáculo del mundo. Carambola en 125 cc con la primera victoria del casillero de Cecchinello (caída de Manako y Giansanti) y el sólido triunfo de Harada en 250 cc (caída de Rossi y choque de Capi con Jacque), sin olvidar un fantástico 5º de José Luis Cardoso (Yamaha Antena 3), que más no pudo hacer con el material que tenía: todo correcto.
La vuelta de calentamiento de 500 cc ya era una auténtica fiesta, con todo el público en pie animando a los nuestros. Nada más darse la salida, el colapso y la revolución: Doohan se iba al suelo por culpa de Crafar: todo estaba abierto. Kocinski al suelo embestido por Barros, con Checa controlando la carrera, seguido por Cadalora, Crivi y Sete. El de Seva intentó el adelantamiento y se fue recto a final de recta, un error de junior, mientras que el motor de la YZR del italiano decía basta en Hípica. Abe y, sobre todo, Gibernau se marcaron una carrera bestial en plena remontada saliendo desde el 5º y 15º puestos, respectivamente. Finalmente, lo que todos sabemos: segunda victoria en 500 para Carlos Checa (teñido de rubio y con vuelta rápida incluida, 1’33“617), con Abe pegado a dos décimas y Sete (Honda V2) cerrando el podio.
Cuando Checa cruzó bajo la bandera a cuadros el Jarama explotó y el “siete” pareció hundirse. Delante de mí, Sete y el de Sant Fruitos rindieron pleitesía al respetable en un escenario idílico y bajo un sol veraniego simplemente perfecto. Paseo con la bandera y final de fiesta para el recuerdo.
Por otro lado, mi debut en tandas circuiteras fue también en el Jarama con una Ducati 749 calzada con slicks Michelin, allá por 2005, realizando una prueba a fondo (ya a nivel profesional) de las Harley BBQ Series en 2008. Justo en aquella sesión de fotos ya estuvimos “limitados”, pues se estableció la insensata patraña antidecibelios que, lejos de eliminarse, se ha extendido como un cáncer a otro circuito como es el Ricardo Tormo de Cheste: surrealista. Juré y perjuré que nunca volvería a rodar en la pista madrileña, un pacto conmigo mismo que duró hasta el año pasado, cuando Triumph me ofreció la posibilidad de rodar con su gama neoclásica aprovechando la segunda edición del Racer Explosion. El año pasado también se celebraron los 50 años de existencia del circuito, actualmente en pleno proceso de actualización y con un reasfaltado inminente por delante. Hicimos las paces sí, aunque mi sensación es que aquel circuito “inmenso” en el que había gritado a rabiar en 1998 ya se había quedado pequeño… Tampoco falté a eventos con aroma clásico como el Classic Moto Jarama o el Jarama Vintage Festival, con algunas piezas de colección únicas y auténticas motos de carreras de todas las épocas dignas de respetar: pero nunca será lo mismo.
A todo esto, ¿para cuándo un nuevo circuito permanente en Madrid?
El Jarama me gusta porque es un circuito hecho por hombres, no como los actuales que se construyen al dictado de las máquinas y los ordenadores. (Wayne Rainey)