Publicidad
[the_ad_placement id="adsense-mega-2-mobile"]

La BarrYcada: la aldea de Gonzalo

Fotos: Marcel
Este no es un título que pueda parecer estar relacionado en absoluto con las motos, pero si vosotros -queridos lectores- continuáis leyendo, descubriréis el motivo de este encabezamiento...

Estoy convencido que a todos la moto nos ha regalado momentos maravillosos y en ocasiones, también trágicos, pero siempre auténticos y especiales. Que nos han hecho estar orgullosos de pertenecer a este colectivo. Puede que sean por éxitos deportivos o profesionales, o bien por los lazos de amistad que se crean, o simplemente por el placer que conlleva pilotar una moto. Cada uno tendremos nuestros recuerdos personales en la mochila de la vida.

Pues bien, hoy voy a contaros uno de los más queridos para mí, y que me han hecho sentirme más orgulloso.

A lo largo de mi carrera profesional, he trabajado en varias marcas de motocicletas, entre ellas en Makinostra Harley-Davidson Madrid. Harley posee uno de los Club de marca más importantes y activos del mundo, dividido en capítulos (Chapters), y nosotros  patrocinábamos el Madrid Chapter. Entre las actividades que se hacían, muchas de ellas eran de carácter benéfico, como la que viene al caso. Aldeas Infantiles es una organización, que acoge a niños con problemas familiares o con situaciones de desamparo, en muchas ocasiones terribles, ofreciéndoles un entorno seguro, escolarización y cubriendo todas sus necesidades. Una labor encomiable en la que deberíamos colaborar siempre que podamos.

La dirección del Madrid Chapter contactó con esta ONG, ofreciéndose  ir a pasar un día con los chavales de la aldea ubicada de El Escorial, prepararles una paella, jugar con ellos al baloncesto… Y, como plato fuerte, dar una vuelta en Harley a todos por la población. Sacarles un poco de su rutina y, en definitiva, hacerles pasar un buen rato. Y ahí estaba yo con mis compañeros del Chapter.

Marcel y Gonzalo

Debo explicar que muchos de esos chicos tenían serios problemas de adaptación social y que habían vivido en entornos muy conflictivos. A muchos la vida les había robado su infancia de una forma cruel e implacable.

Pues en esas estábamos, dándoles una vuelta con la moto por la ciudad, cuando en una de ellas, me tocó llevar a Gonzalo. Este niño, de unos diez años, tenía un aspecto diferente al resto de chavales que por allí se veían. Muy guapo y educado, luciendo una chaquetita de cuero de corte motorista, y con un aspecto como os decía, distinto al predominante. Le subí en el asiento trasero de la Fat-Boy que llevaba ese día y le dí las instrucciones de seguridad necesarias. Su carita era digna de ver. Era pura emoción.

En un momento dado de la pequeña ruta por la población, noté que el chaval comenzaba a ponerse tenso, y le pregunté qué le sucedía. Me dijo que estábamos a punto de pasar por delante de su colegio y el pobre tenía la ilusión de que le vieran sus amigos. Al llegar frente al Monasterio de San Lorenzo, hicimos una parada para hacernos una foto todo el grupo, y entonces le pregunté a Gonzalo cómo se lo estaba pasando. Me miró con una sonrisa tranquila llena de verdad, y me contestó simplemente: “Esto es lo mejor que me ha pasado en mi vida”.

Y el duro motorista que os narra esto… tuvo que bajar su mirada humedecida por unas lágrimas, agradecido por haber podido contribuir a que ese niño pronunciase esa frase tan demoledora. Recuerdo pensar qué no habrá pasado esta criatura en su corta existencia, para que una simple vuelta en moto sea lo mejor que le ha sucedido… Sólo por este motivo ya merece la pena ser motociclista. Han  pasado ya diez años de ese día y deseo que Gonzalo haya tenido muchos mejores momentos en su vida para volver a pronunciar esa frase.

Pero a mí, él me regaló uno de los mejores de la mía. Me encantaría que algún día, pudiese leer esta sencilla columna.  

Cocinando para los niños
Relacionados

Lo último

Lo más leído