Publicidad
[the_ad_placement id="adsense-mega-2-mobile"]

Moteros: La extinción de una especie

Para empezar, vaya por delante mi particular definición de motero: Todo aquél que ha hecho de la moto su pasión, que disfruta conduciendo, cuidando y admirando su montura; que la usa para viajar, para trabajar o simplemente para ir de un lugar a otro, pero siempre de manera responsable.

En definitiva el motero es alguien lo bastante lúcido y sensible como para darse cuenta de que la moto es un vehículo diferente, especial, capaz de darte muchas satisfacciones, aunque a cambio de más incomodidad y sobretodo más riesgo. En el fondo es un romántico, un soñador, un aventurero, uno de esos raros individuos capaces de sacrificar razón por emoción, dependencia por libertad, seguridad por placer. Me recuerda a aquellos legendarios exploradores de siglos pasados, capaces de renunciar a sus confortables pero aburridas vidas en busca de nuevos retos y alicientes, pioneros de un modo de existir fuera del alcance de la mayoría…

Esta definición de motero lógicamente excluye a:

  • Los que salen cada fin de semana “a saco” únicamente para descargar adrenalina, superando demasiado a menudo sus propios límites e incluso los de la moto, y cuando vuelven a casa (si es que lo consiguen) siempre tienen unos cuantos sustos por contar.
  • Los niñatos de todas las edades que campan a sus anchas por las aceras gas a fondo esquivando peatones, auténtica plaga para el prestigio de los motoristas de verdad.
  • Los que tienen una moto sólo para presumir, cuanto más aparatosa mejor. A ellos ni les gustan las motos ni se preocupan de aprender a conducirlas con seguridad.

Hace más de tres décadas que viajo en moto, y de un tiempo a esta parte cada vez veo menos moteros en nuestras carreteras. Debe ser cosa de la crisis, porque comprar y mantener una motocicleta de alta cilindrada no es precisamente barato que digamos.

Pero dudo que el dinero sea la única razón. Seguro que la DGT tiene también algo que ver en ello, porque si ya en coche resulta difícil conducir con un ojo clavado en el velocímetro por un quítame allá ese radar, en moto todavía lo es más, y ahora con mayor motivo tras la ridícula limitación a 110 Km/h. Porque cuando te roban el placer de conducir (conste que no defiendo ir a toda velocidad, sólo a una velocidad lógica y razonable, que no convierta las curvas en rectas interminables) empiezas a preguntarte si ir en moto vale la pena. Cuando encima vives en una gran ciudad, de la que sólo puedes huir a través de interminables autovías atestadas de coches circulando en paralelo dispuestos a derribarte a las primeras de cambio, no me extraña que los auténticos moteros estemos desapareciendo como tantos otros colectivos, víctimas del maldito progreso.

Entre todos conseguirán reconvertirnos en aburridos y adocenados automovilistas (a la fuerza ahorcan), para quienes el viaje en sí no es más que un mero trámite y sólo les importa llegar, aunque sea asqueados y exhaustos tras horas de caravana. Pero en mi memoria siempre permanecerá esa época dorada e irrepetible, ese sueño nostálgico de moteros de aventura, cuando el placer de conducir era parte fundamental del viaje, cuando disfrutabas tanto del trayecto como del destino, cuando se hacía camino al rodar. Era el moto-turismo en estado puro. Descanse en paz.

Relacionados

Lo último

Lo más leído