Sin duda que esta es una de esas historias que a más de uno le llegarán al fondo del corazón, la historia de una pasión escondida tras un proyecto y una marca. Viajamos en el tiempo hasta los años ’70 para ver como un holandés llamado Theo Roelofs dejó para la historia dos de sus creaciones. Eran otros tiempos en los que el ingenio valía para compensar la falta de medios en gran parte y en la que a base de tenacidad se podían conseguir grandes cosas.
Theo comenzó a competir con Bultaco a finales de los ’60 y a principio de los ’70 tuvo la idea de meter un tricilíndrico de Kawasaki en el bastidor de esa Bultaco. Se podría considerar que este fue el acercamiento de Roelofs a lo que terminaría siendo Roemar. Uno años después comenzó a ayudar también a otros pilotos holandeses y el hecho de gastar dinero en motores le hizo pensar en diseñar el suyo propio aunque no era ingeniero y también crear su propia moto de carreras.
Para Roelofs no era suficiente crear su propia moto, quería que fuera avanzada a su tiempo contando con dinero que le proporcionaba alguno de los mejores materiales del momento. Así fue como consiguió construir 10 unidades de ese motor de las que no se sabe dónde han ido a parar la mayoría.
Estamos hablando de un propulsor que daba, ni más ni menos, que unos descomunales 40 CV para la época, nada mal… Harris, Rotax, MBA, Aprilia, fueron algunas de las marcas a las que recurrió para conseguir materiales como el embrague, la caja de cambios o el chasis.
Lo increíble de todo esto es que algún afortunado puede llevarse la historia de una marca a casa, una marca creada por un hombre que ya no está entre nosotros pero que mostró una capacidad digna de admiración. En cuanto al precio, cada unidad cuesta 6.500 euros y si se compran las dos el precio es de 13.000 euros, nada de rebajas.
