Rectificar es de sabios... o de sinvergüenzas
Anteayer leía en en elmundo.es la noticia: Le notifican el mismo día 35 multas, mi trayecto de vuelta de la oficina a casa me condena a pasar a diario bajo la vigilancia del mismo radar que, en 36 ocasiones – la última multa le llegó al día siguiente -, cazó a Mercedes durante diez meses, aunque se las comunicaran todas el mismo día.
Yo ya no devuelvo la mirada a ese radar, somos viejos conocidos y, como el torero que da la espalda al morlaco, a diario le desplanto, ignorándole falsamente, a sabiendas de que clava su objetivo en el cogote de mi casco, olisqueando mi matrícula, esperando a cazarme en un renuncio, una emergencia, un día que me levante un poco más macarra de lo normal… y ¡zas! foto al canto.
Pues el caso es que ayer, tras leer la noticia sobre la pobre Mercedes, como cada día subí a mi moto y me dirigía a casa, pero algo había cambiado: el radar que arruinará a Mercedes ya no se encontraba escondido detrás de su propio reclamo. Alguien había retirado el cartel de aviso de radar para situarlo unos metros antes de modo que, ahora sí, cuando vemos el cartel, tenemos una distancia razonable para disminuir la velocidad y pasar de 120 a 90km/h.
Parece que hace falta que le envíen del tirón 35 multas a una familia humilde y que un periódico se haga eco del asunto para que las cosas se hagan medianamente bien. Me duele pensar mal, pero parece más fachada que sabia rectificación, quizá no sea ni lo uno ni lo otro, tan sólo una coincidencia. Sea como sea, está claro que la cosa ya no cuela, al menos conmigo: los radares están principalmente para sacar dinero, mucho dinero. La seguridad vial se torna un objetivo secundario y las administraciones, en lugar de servir al ciudadano, se rompen la cabeza buscando la manera de apretar cada día un poco más la soga que rodea a nuestros monederos.
Bien es verdad que en general no se nos detiene sin motivo, no se nos dispara… pero a mi me habían contado que una democracia era mucho más que eso. Poco a poco, mi vida diaria se ve más limitada por las cortapisas que me impone el poder, y no parece que sea en aras del bien común precisamente. A este paso acabaremos todos en el cuartelillo y desplumados.